domingo, 10 de enero de 2010

Bogdan Raducioiu

Bogdan Raducioiu es un tipo normal. Nació en Bucarest, en el seno de una familia humilde de un barrio de la periferia. Su madre era profesora y su padre conductor de tranvía, desde pequeño recibió una educación basada en el respeto a los demás. Bogdan nunca destacó en las letras, de hecho nunca destacó en nada hasta que asistió a su primera clase de Tecnología. Siempre le gustó más el baloncesto que el fútbol, pero en su colegio sólo había de lo segundo como actividad extraescolar y se tuvo que aguantar. A los 12 años nuestro protagonista ya medía 1,80 centímetros.

El menor de cinco hermanos y concebido a través del método ogino, Bogdan creció con tanta libertad que se permitió repetir un par de cursos sin que sus padres se enteraran. Jamás dio problemas en casa y sus padres, entrados en la cincuentena, no vieron la necesidad de hablar con sus profesores. A Bogdan le encanta dormir y le molesta mucho que no le dejen hacerlo, por eso nunca consiguió adaptarse a la universidad en el turno de mañana. Al final, cansado de no avanzar, hizo una módulo de mecánica y empezó a trabajar en la industria de la repostería industrial.

Bogdan utiliza las palabras justas, ni una más. Cuando su novia le dijo que quería dejarlo, él solo dijo "vale". Su primo Gica, residente en Valencia, escuchó la historia y le ofreció un puesto en su empresa pirotécnica. "Empiezas a trabajar el día 15, vente ya y mientras puedes hacer un poco de turismo aquí". Llegó el fin de semana y Bogdan decidió que se iba a Barcelona, se sacó el billete más barato que encontró y se subió al tren.

Yo iba con un ojo cerrado y otro abierto cuando Bogdan se sentó a mi lado. Había un idiota jugando a la Nintendo DS con sonido y nadie podía dormir. No sabría cómo describirlo, el tonto de la videoconsola era bastante desagradable, "esmirriao" y con tatuajes, llevaba gafillas de estas redondas tipo John Lennon. Bogdan no me saludó, pues pensaba que iba durmiendo, colocó su mochila y sentó sus 130 kilos (aprox) en el asiento de mi derecha. Apenas podía moverme con Bogdan al lado, sin embargo iba cómodo, me transmitía buenas sensaciones este tipo.

No habíamos llegado a Sagunto y Bogdan iba hablando entredientes, jurando en araméo. No encontraba la posición, no podía dormir, algo le perturbaba. Estaba inquieto, como cuando no te secas bien la entrepierna y luego pica y molesta porque va así húmeda. De repente se levantó y cogió su mochila, la abrió y sacó una mandarina. La peló con las uñas y cuando pensé que se la iba a comer a gajos, armó el brazo y... Zas!! En toda la cara del tonto de la videoconsola. El niño gigante con gafas de John Lennon hizo el ademán de revolverse, pero en ese momento una gran ovación ya agradecía a Bogdan los servicios prestados.

Todo el vagón se durmió y llegó a Barcelona con una sonrisa en la cara. Mientras tanto, el John Lennon tonto intentaba limpiar de su videoconsola el pegajoso jugo de la mandarina de Bogdan.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno, muy bueno, bonito, tierno, incluso me atrevería a decir con tintes de humor, un gran periodista escribe así, menos mal que vas haciendo caso a lo que decirmos tus "adeptos"

Dulcinea de la Mancha dijo...

Oye muy bueno¡ una historia bonita sobre Bogdan, me ha gustado mucho, esto es como un cuentacuentos! y es más creo que ha madera.......... y de caoba. Muy bonito

Anónimo dijo...

jajajaja la historia es cierta? un aplauso para los heroes de nuestro día a día :P

Pablo dijo...

Pensaba que no era tuyo hasta que llegué a la parte de la entrepierna y reconocí tu estilo ;D

Es coña, gran texto.