viernes, 28 de agosto de 2009

¿Qué me diferencia a mí de Roger Federer?

"Alfonso no va a hacer nada en el Barça, salvo que se haya estado reservando para esta oportunidad, cosa que yo vería muy mal". Esta fue la primera reacción de mi abuelo cuando hace unos años Joan Gaspart anunció el fichaje de Alfonso. La verdad es que no viene a cuento, pero de alguna forma tenía que introducir a mi abuelo en el texto. Mi abuelo tiene hoy 87 años y para mí, una de sus mayores hazañas en la vida es haber comenzado a afeitarse a los 25 años.

Como sabéis, el afeitado es una cosa que me atormenta, apenas me deja dormir. De sus seis nietos, descontemos a mi prima por motivos obvios, creo estar seguro de que yo soy el que más me parezco a él en cuanto a vello facial se refiere. Con el paso de los años todos somos más altos, más guapos, más sanos, más fuertes, pero también nos tenemos que afeitar por primera vez antes. En mi caso fue a los 16 años. Al contrario que con otras cosas de la vida, perder la virginidad facial es un momento glorioso. Casi no hay pelo y es casi imposible cortarse. Incluso, con un poco de suerte te puede supervisar tu padre...algo impensable con otras primeras veces.

El otro día iba con mi madre por el ultramoderno Corte Inglés de Albacete y pensé que era el momento de hacer un importante desembolso en cuchillas de afeitar. La oferta era magnánima y no lo tenía nada claro hasta que vi la reluciente y suave tez de Roger Federer en la caja de la maquinilla. Al abril la cuchilla, lo primero que pensé fue en que me había equivocado y había comprado un Mclaren-Mercedes de Fórmula 1 a escala 1:35. La cuchilla era plateada, con alerones por todos los rincones. No me lo podía creer, "esto me va a dejar la cara como un bebé".

Me duché con agua hirviendo para abrir los poros, salí sudando como si de una sauna se tratara, me metí dentro del albornoz y me lancé a estrenar la cuchilla. Cinco minutos después tenía la cara hecha un cristo. "!!Me cago en ros!! Nunca he visto a Federer ganar un torneo con trocitos de papel pegados a la cara para frenar las incipientes microhemorragias" Me habían vuelto a estafar, ¿ahora entendéis porqué tengo tanto miedo a afeitarme?

Era una noche de sábado y no permití que mi incidente con el McLaren F1 a escala me fastidiara los planes. Me forré el mentón y la cara de papel higiénico mojado y me fui a la calle. Con tanto papel parecía que llevaba un turbante, así tipo...Arafat... Como el alcohol dicen que cura, me dispuse y comencé a hacer un pequeño botellón con unos amigos. Fue el mejor rato de la noche, el único momento en el que no me dieron ganas de irme a Suiza y coger a Roger Federer del pescuezo en busca de una explicación. "¡Por qué, por qué si tu y yo usamos el mismo material, tu tienes ese cutis y yo esta mierda, que parece que me afeito con una cosechadora John Deere!"

La oscuridad de las discotecas me va a beneficiar, nadie se va a dar cuenta de mi falta de pericia con el afeitado, pensé de forma muy equivocada. Se acercó el momento de pedir un refrigerio y me dirigí a la barra con mi hermano y un amigo suyo.

- Buenas. Me pones tres cervezas, que no sean ni Budweiser de esas americanas ni Estrella de Levante, que la cerveza de Murcia tampoco me sienta bien.- Le comenté a la camarera con unas formas modélicas dentro de la pedanteria cervecil.

- Uhmmm... ellos dos no, pero tu me vas a tener que enseñar el DNI. Últimamente hay muchos secretas por aquí y tu pareces muy joven. ¿Te has afeitado hoy por primera vez?.- Me respondió con mucha seriedad, aunque de forma educada.

- Toma mi DNI, pero no mires mucho la foto, que tengo aún peor cara que hoy. Ahh... y quítame la cerveza y ponme un Gin Tonic, que llevo una noche un poco rara...-

domingo, 23 de agosto de 2009

Teorías anormales

Muchas veces me he planteado que qué ventajas podría tener vivir en la Edad Media. Ya sé que como dilema moral o duda existencial deja bastante que desear, pero lo he pensado a veces y punto. Llamadme raro o lo que queráis. La primer ventaja que conseguí sacarle a la vida en tan ancestral tiempo tiene que ver con la medicina. No me refiero a los cuidados médicos sino al estado psicológico del paciente.

Hoy en día te pones malo y a la mínima estás en urgencias, hay mil pruebas para todo y no hay dolencia que no se pueda diagnosticar o conocer. Eso a mi me resulta estomagante, vale que al final te curan, pero cansa un poco. Sin embargo en la Edad Media te podría empezar a doler el estómago, tener una úlcera y tener que apechugar con el dolor para siempre. Dice mi hermano que esa época lo que había era entendidos. Un entendido en medicina te puede dar una idea de lo que tienes, pero ni te receta, ni te cura, ni nada de nada. "Sé lo que le ocurre, pero aún no se han inventado las gastroscopias, esto no se puede tratar de momento". Eso como mucho.

La segunda ventaja tiene que ver eso, los inventos. Ahora está todo inventado, es dificilísimo ser un genio. Newton, Copernico y toda esa gentuza no descubrió una mierda, simplemente pusieron por escrito cosas que son de perogrullo. Para que necesito yo saber que las manzanas tienden a caer. Se caen y punto, porque se tiene que caer. Pero el hecho de saberlo en sí a mi no me reporta ningún placer.

Por eso llevo un tiempo tratando de inventar teorías que hagan la vida algo más cómoda a la humanidad. La mayoría de ellas, además de falsas, no están comprobadas. La primera de ellas es sobre la resaca y ya he tratado de darle cierta divulgación en mis círculos de confianza. Ahí va. Creo que cuando te acuestas borracho hay que dormir sin almohada, de ese modo no hay resaca al día siguiente. La he probado millones de veces y no funciona, pero la penicilina no se descubrió a la primera, me imagino que algún día funcionará.

La segunda teoría es algo más personal y subjetiva. A lo largo de muchos años de hacer deporte en los mejores torneos municipales, me he dado cuenta de una cosa. Se rinde muchísimo más, a nivel deportivo, cuando tienes un poquito de ganas de hacer de vientre. Me refiero a esa fase en la que el perrete empieza a asomar el hocico. No se si será por la presión que eso ejerce o por qué, pero yo juego al fútbol como los ángeles cuando tengo un poco de ganas de deponer.

Esta teoría tiene un problema añadido que va en función del tránsito digestivo de cada uno. Resulta muy dificil calcular y medir para que justo a la hora del partido te entren ganas de defecar. Esto le da algo de encanto, el jugar bien o mal al fútbol está en manos del destino, la suerte y los alimentos que hayas ingerido para comer.

Tengo más teorías, pero estas dos me parecen de las más interesantes.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Esos pequeños momentos que te alegran la vida

Llevo un par de días sin saber sobre qué escribir. Los mismos días que llevo en casa casi sin salir y sin pizca de gana de estudiar. En Albacete ahora mismo no hay quien pare, las temperaturas no bajan de 35 grados y me da pereza hasta bañarme en la piscina. Mirando el termómetro, rápidamente se me ha venido a la cabeza la palabra Thermomix. Esa fantástica máquina que todo lo hace bien, todo un lujo de nuestro tiempo.

Un día, el de antes de partir para Londres, me pasé toda la tarde mirando semejante obra de arte de la ingeniería industrial y pensando si en algún momento de mi vida tendré la mía propia. Ahora mismo soy un individuo que está a falta de dos asignaturas para terminar su carrera. Esto es lo único bueno, porque después de la carrera no hay nada aparentemente. Nada de empleo, quiero decir.

Entre pensamiento y pensamiento seguía mirando la Thermomix. Mi madre no paraba de pasar por en medio, negándome el acceso ocular al preciado objeto. En su defensa hay que decir que entorpecía mi campo visual porque estaba haciendo la comida para mañana. De ahí que tuviera que usar la Thermomix. Creo que ese aparato puede hacer de todo; pasta, pizzas, bizcochos, batidos de chocolate (única disciplina que personalmente domino), guisos varios, cocidos e incluso macedonia de frutas.

Conforme seguía admirando la majestuosidad del robot de cocina escuché un ruido por las escaleras. Una persona bajaba con un trotar bastante pesado. Se abrió paso por la cocina con una maleta de cabina y abrió el frigorífico para beberse un trago de horchata de Mercadona. Ahora trae un brik decorado así como simulando unos azulejos valencianos, muy chulo, la verdad. "¿Habéis pesado vuestras maletas? Aquí traigo la mía, solo me falta pesarla" espetó este personaje.

Pensé que debería ir al baño en busca de una báscula preparada para ello. Pues no. Sin dar tiempo a los demás allí presentes, tiró de biceps, levantó su maleta y la puso sobre la Thermomix. A continuación encendió el modo "weight calculator" y buscó con ansias el marcador digital. Obviamente yo me estaba descojonando, aquello me parecía hilarante, que idea más estupida y a la vez más brillante.

En el marcador digital de la Thermomix nunca salieron números, se encendieron muchas luces, pero ninguna de ellas fue un número. "Pufff, que follón, creo que me he pasado de los diez kilos que Ryanair pone de máximo, voy a quitar un par de jerseys y vuelvo a bajar", terminó diciendo.

martes, 18 de agosto de 2009

El típico escozor inglés

Desde hace un tiempo pienso que el pre-turismo es mucho mejor que el viaje en si. Acabo de llegar de Londres y haciendo una rápida reflexión, creo que me lo pasé mucho mejor preparando el viaje, que durante la estancia en Londres propiamente dicha. La ciudad es cojonuda, hay un montón de ambiente, edificios muy bonitos y muy buena cerveza. Esas son las cosas buenas, que son principalmente los atractivos de toda ciudad europea medianamente apañada.

Pero, y de las desventajas, nadie habla nunca de las desventajas. En las revistas de coches siempre hay un recuadrito con lo mejor y lo peor de cada bólido. Que si en mojado no chuta bien, que si el volante es de ‘plesiglas’ y no transpira una mierda cuando te sudan las manos en verano…un sinfín de cosas. En cambio, en las revistas de viajes todos los destinos son la hostia; que si Cuenca tiene un huevo de encanto, que si Murcia ha crecido mucho…¡¡anda ya!!

Yo soy un vanguardista en toda regla y voy a regalaros una rápida visión de lo peor de Londres. Si queréis la visión completa hay que pagar, vamos que es una demo de prueba, si os gusta hay que soltar las perras. De eso va el primer inconveniente; la Libra. Antes de salir para Londres, un buen turista ha de cambiar sus cuartos, las comisiones allí pueden ser mortales. Voy a Bankinter con 500 euros y me vuelvo con 400 Libras. Ya sé que son divisas, pero mal empezamos. A mi me gusta más el Florindo húngaro, que vas con 500 euros y te los convierten en cinco millones de Florindos, eso me hacía sentir una persona con poder.

Efectivamente, al llegar allí, no solo tienes menos Libras, sino que además las cosas son más caras, mal negocio. Seguimos con el dinero. Voy a un restaurante, como medio bien, me traen la cuenta. Es caro pero aguanto, puede ser asumible. Pues resulta que en la parte inferior del ticket, un gracioso se ha ocupado de escribir lo siguiente:

12% Service Taxes.
Total Price: Lo de antes más cinco Libras.

Al preguntar, me responden con que es una costumbre de allí, obligatoria, por supuesto.

No me considero para nada una persona tacaña, así que, se acabaron las excusas del dinero. Voy empezar a poner argumentos serios sobre la mesa. Se trata de algo que solo afecta a los hombres. Sin embargo, de este problema nunca se hacen anuncios del tipo “sufrir en silencio”, tan típicos de las almorranas y de los periodos femeninos. No sé si es que solo ocurre en las ciudades grandes, pero en mis últimas visitas a Berlín, Roma y Londres, si que me ha ocurrido.

Hablo del escozor, del escozor de ingles (que no inglés como reza el título, hay que ver lo que cambia las cosas un insignificante acento) y zonas púbicas en particular. Todo el verano sin hacer nada y que de repente te pegues todo el día pateando estas grandes ciudades, no debe ser bueno. Esa zona de la piel es muy sensible, si encima la sometes a un rozamiento tan grande durante tantas horas, pues el resultado es muy doloroso.

Ahora vienen las posibles soluciones. La primera es para cortar el problema de raiz y radica en cambiar las calzadas de toda Europa. Que manía tiene con dejar la acera con las típicas “piedrecicas” del siglo XVIII, también llamado pavés. Esta superficie no es nada buena para una buena caminata, te destroza la planta del pie y aumenta el rozamiento público. Y no solo las aceras del siglo XVIII. Luego va el ‘tontarra’ de Norman Foster y hace una pasarela con un suelo así como si fuera un rayador de queso gigante, incomodísimo también.

El otro remedio es más bien terapéutico. Yo, como profesional de la materia, recomiendo la Nivea Creme. Unas buenas y generosas refriegas en las zonas afectas alivian mucho el dolor. Lo peor; que mancha mucho los calzoncillos y que requiere de un mantenimiento bastante exhaustivo. Hay que echarse tres o cuatro veces al día. No os preocupéis, el British Museum, los Starbucks y la Torre de Londres tienen unos baños muy limpios.

Creo que al final me he desviado un poco de mi idea original. Bueno, que Londres está muy bien y con Ryanair no cuesta ‘na’ irse allí un fin de semana.

jueves, 13 de agosto de 2009

Los grandes inconvenientes del cine 3D…

La verdad es que no recuerdo ni un solo momento de mi vida sin tener que depender de las gafas. En primero de E.G.B., un compañero muy borde, que ahora mismo es un veinteañero gordo, me cerró con una puerta en los morros y me rompió las gafas. Dos semanas después y con una montura totalmente nueva, otro compañero me pegó un balonazo y otra vez a la óptica.

A los cinco años, haciendo el tonto en la orilla del río Júcar, me caí y mi padre tuvo que saltar a por mi cual Mitch Bucannan. La corriente me arrastró 40 metros, la única prenda que no se me mojó fueron las gafas. Desde los cuatro años de vida en lo primero que pienso por las mañanas es en palpar la mesilla, encontrar las gafas y posteriormente ponérmelas.

Hace un par de meses instalaron en unos cines de Albacete la tecnología 3D. Como aquí tampoco hay demasiado que hacer en verano, la dichosa sala 11 de los multicines Yelmo se ha convertido en la comidilla de la ciudad. Que si es la tecnología del futuro, que si la imagen mejora muchísimo, que si parece le puedes tocar la cabeza a Denzel Washington… vamos, que al final he tenido que pasarme por allí.

Lo primero en lo que se nota el cambio es en el precio, nueve euros y llevando el carnet joven. Ya tenía la entrada en mi poder y he pensado, “mira que si es verdad y puedo tocarle la cabeza a Denzel”. Pero el señor Washington no salía, justo antes de entrar me han comentado los amigos que íbamos a ver una película de Pixar, “Up”. Tocarle la cabeza a un dibujo animado ya no me motiva tanto, así que, he entrado de malas en la sala 11.

Casi 20 años de mi vida esperando el momento, probándome cada nueva lentilla que salía al mercado para ver si me iban bien. Y ahora que lo he conseguido, pago nueve euros para ver cine en una calidad estratosférica y lo primero que me dan al entrar son unas gafas. Vaya mierda de vanguardia cinematográfica, si es que todas las modas vuelven.

Luego, es una guarrada. Con las gafas, utilizadas previamente por uno de esos señores que sudan a mares por la frente, te adjuntan una de esas toallitas que se usan para después de comer gambas. La única diferencia es que en el envoltorio no dice nada de “olor limón”, sino que te ofrecen un euro de descuento en palomitas. La verdad es que la suciedad del centro de la lente ha saltado con bastante facilidad, pero la mierdecilla de los rincones resultaba inaccesible.

Más tarde se han apagado las luces de la sala y un fotograma nos ha invitado a utilizar las gafas. La primera sensación es de oscuridad, aunque a decir verdad, si se nota todo algo más nítido. La segunda es de incomodidad, podrían habernos dado unas de esas de papel, de las que regalaban con el “Quo” y esas revistas para que las comprara alguien.

Cómo pesan las muy jodidas. Esa es otra. Llevo toda la santa vida viendo en los espejos de mi casa la evolución del caballete de mi nariz debido al uso de las gafas, y ahora me ponen unas de medio kilo para ver una peli. Si esto es el futuro y de aquí a diez años van a ser necesarias para ver cualquier clase de cine… no quiero imaginarme las narices de Ibrahimovic, la princesa Letizia y Rossi de Palma dentro de 20 años. Van a parecer tucanes.

miércoles, 12 de agosto de 2009

El misterio de las lentes de contacto…

Vamos con otra experiencia de verano, de esas tan raras que a veces me pasan. Aunque esto también podría ir dentro del apartado de ‘Medicina Popular”. Un día, jugando unos partidos a la play con un amigo, se nos alargó la tarde. A este amigo bien le podría haber entrado hambre, sed, sueño, pero no… su problema fue que se le salió la lentilla izquierda. Algo mucho peor que todas las adversidades anteriormente mencionadas.

Estábamos en casa de un tercero y los útiles necesarios para devolver la lente a sitio brillaban por su ausencia. Yo estaba jodido pensando que se habían acabado los partidos. Sin embargo, este amigo, muy dado a sorprender, abrió el tarro de las esencias y me alumbró con un remedio tan casero como insalubre.

“Mira Juan, con agua, la lentilla no entra en la vida”. Acto seguido se metió el mínimo plástico con forma circular en la boca y empezó a paladear. Después, con total normalidad y sin necesidad de espejo colocó la lentilla en su correspondiente cornea, “Yo creo que me voy a coger al Málaga”. Yo suelo guarrear mucho con las lentillas, pero jamás había visto algo así. No le observé ni un guiño raro, ni un mal gesto. El remedio debe funcionar, pensé en mi interior.

He de decir que nunca se me pasó por la cabeza poner en práctica semejante guarrada. Por suerte, siempre que se había salido una lentilla había sido en casa. Siempre, hasta el verano pasado. Estaba echando unas cervezas con los amigos, cuando empecé a notar el ojo algo seco. Me empecé a frotar ese ojo, la incomodidad era cada vez mayor y al final la lente terminó perdiendo su lugar.

Estaba desesperado, volver a casa supondría perderme lo mejor de la noche. Por otro lado, seguir con una sola lentilla me aseguraría un mareo importante, al que habría que sumar el producido por las cervezas. Tenía que hacer algo. Era mi último recurso, pero no quedaba otra… la lentilla a la boca. De camino al baño la fui enjuagando y bañando en mis fluidos salivales.

Una vez en el aseo, tuve la suerte de que no había nadie. Además, en este caso la señalización era bastante clara y entre en el servicio correcto. Me ayudé en el espejo y sin aparentes problemas reintroduje la lente en el lugar que nunca debió abandonar.

La primera sensación se asemejó bastante a cuando te ponen Reflex en un muslo o en un codo después de un golpe, salvo porque en este caso esa frescura la tenía en el ojo. Poco a poco, esa reacción se fue tornando en un agudo frescor, casi en un leve escozor. “Por qué pasará esto”, Manolo nunca me habló de estos efectos cuando me explico en qué consistía el remedio.

Al rato y ya sentado con mis amigos, me di cuenta de que minutos antes de bañar la lente en mi boca, me había comido media caja de caramelos Ricola. Sabor hierbas suizas, para ser más exactos.

lunes, 10 de agosto de 2009

Qué cosas más raras pasan ahora en verano...

El verano es una época muy singular, sobre todo si pasas la mayoría del tiempo en Albacete y sin nada que hacer, aparentemente. Podéis pensar que es el hecho de no hacer prácticas lo que me tiene tan agitado este verano, pero no. Lo mismo me ocurrió en las anteriores temporadas estivales en las que sí trabajé. Siempre me han pasado cosas un poco extravagantes en estas fechas, pero ahora que mi colección es grande, voy a comentaros algunas del ellas.

En Julio de 2007 empecé a hacer prácticas en Madrid. Mis tres compañeros de piso, a cual más vividor, se fueron a sus respectivas casas y por supuesto, se llevaron consigo sus respectivas llaves del inmueble. Mi vivienda, en régimen de alquiler, se encontraba en una de esas fincas madrileñas que lejos de ser baratas habían vivido sus mejores tiempos 30 ó 40 años atrás. Vamos, que no disponía de portero electrónico. En cambio, sí disponía del portero que le instalaron durante su construcción, Juan Miguel.

Como buen piso de estudiantes, nuestro horario de visitas era algo nocturno, fuera del horario de Juanmi. Al ser un piso exterior y nosotros unos jóvenes ingeniosos, cada vez que venía alguien, metíamos las llaves en un calcetín a medio usar, que tiene más rozamiento con el aire y lo lanzábamos fachada abajo. El problema vino cuando una ventosa tarde de agosto recibí la visita de un amigo. Conocedor de que tenía el viento en contra, traté de darle un poco de parábola al calcetín y en principio el lanzamiento parecía exitoso. Debío ser la corriente en chorro (jet stream), que se apareció en plena tarde de Argüelles, porque las llaves se metieron en la terraza del segundo.

"En el 2ºB viven una pareja de jubilados que se pegan todo el verano en La Manga del Mar Menor", me respondió Juanmi. En fin, no hay mal que por bien no venga, ni problema que no te solucione un Mercadona. Todas las viviendas tenían puerta de servicio. Gracias a la llave que me dio Juanmi, pude abrir el portal sin ningún problema. En cuanto a mi casa, dejaba la puerta de servicio entornada y con un carro del Mercadona de abajo haciendo de tope, por si se levantaba alguna corriente. Después de lo que me había pasado con el calcetín, no podía permitirme que encima me entraran a robar. Había aprendido la lección.

jueves, 6 de agosto de 2009

Las rara gastronomía portuguesa

Siempre me ha dado un poco de vergüenza comentar este problema en público, pero creo que ya es hora. Desde pequeño, bueno, desde que entré en la pubertad, esa edad en la que se empiezan a sentir las vergüenzas propias de la masculinidad, he tenido miedo de la señalización de los baños. Mira que se pueden tener temores en la vida, pero creedme, sentir como te tiemblan las piernas cada vez que intentas ir a un baño que no es el de tu casa, es muy duro.

En mis primeras veces nunca supuso un problema. Los colegios, pabellones polideportivos y bares de Albacete, que eran los lugares donde yo hacía vida mayormente aparte de mi propia casa, disponían de una señalización muy clara. Son lugares bastante básicos. El muñequito de los semáforos de todo la vida, con sus dos piernas bien diferenciadas daba paso al baño de hombres, mientras que el mismo pero con falda precedía al aseo de mujeres.

Mientras mi vida fue pueril, simple y manchega, nunca me supuso un problema. La primera vez que me vi en serios aprietos fue a la edad de 13 años. Acababan de inaugurar la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia y como buen colegio, no podíamos dejar de ir a semejante obra arquitectónica. Aún recuerdo el lema del museo "prohibido no tocar". En una de esas de juguetear con las corrientes y las fuerzas centrífugas, y rodeado de agua por todos los sitios, me entraron ganas de regar la plaza y al baño que me dirigí.

Me costó bastante encontrarlo. No hacía más que dar bandazos por las esquinas del museo viendo el mar y las piscinillas que Calatrava tuvo a bien diseñar para los aledaños del complejo. Unas vistas que no venían precisamente bien a mi propósito de miccionar en un lugar adecuado para ello. Bajé unas escaleras y en vista de que no veía a ningún trabajador del complejo, decidí preguntar a una señora que guiaba a un grupo de niñas algo más jóvenes que yo.

Tras indicarme donde estaba el baño, atravesé la primera puerta sobre la que rezaba un escueto cartel de "aseos". Entré en un hall bastante amplio, luminoso y con alguna que otra ventana que daba a la piscinilla de al lado del Ocenaografic. Mis ganas de mear eran incipientes y aquello estaba más desierto que la provincia de Cuenca. A la izquierda, una puerta con un circulito y una cruz, a la derecha, una puerta con un circulito y una flecha.

La cruz colgaba del círculo y rápidamente lo asocié a la pistolica que tenemos todos los hombre, y allí que me metí. Confiado de que estaba en lo correcto, me puse a hacer pis con la puerta abierta, como se hace en las discotecas para evitar cualquier contacto con el pomo. En ese momento abrió la puerta del baño la señora que me dio las explicaciones de cómo llegar al baño.

Venía acompañada de dos niñas que por lo visto también se sentían incómodas con las vistas al mar y las dichosas piscinillas de Calatrava. Pedí perdón y rojo como un tomate me subí de nuevo con mis compañeros a seguir trasteando con las fuerzas físicas de la naturaleza. Lo peor de todo es que para escribir esto he tenido que confirmar en google a quien corresponde la cruz y la flecha.

Esto viene porque el otro día me paso lo mismo. He tenido la suerte de estar unos días de vacaciones por Portugal, dicen que es un país parecido y tal, pero no... hay cosas muy distintas. En uno de los restaurantes que visité, resultó que la diferenciación de aseos se hacía por sombreros. Una puerta tenía una especie de boina y en la otra se adivinaba un bombín. Ante la duda, el bombín me recordó a Chaplin y a la Naranja Mecánica, más masculino imposible, si bien la imagen estaba un poco gastada y no se veía del todo bien. En pleno achique de aguas me pilló la camarera. Bastante portuguesa ella, dibujó una sonrisa picantona y se metió al baño contiguo a hacer lo que debiera. Ya fueran aguas mayores o menores.

Aún teníamos que pedir la comida y rezaba para que no nos atendiera la misma chica con la que tuve el percance en el baño del bombín, que al final resultó ser una pamela. Pues nada, mis rezos al garete, "¿Que van a querer caballeros?", dijo la chica con un perfecto acento de Ayamonte. Lejos de tomar la iniciativa, me hice el loco y dejé que los demás hablaran, hasta que uno lo hizo leyendo la carta. "Juan, tu no querías preguntar que qué es esto que pone aquí de 'Polvo a la Galega'".

Polvo=Pulpo.