jueves, 6 de agosto de 2009

Las rara gastronomía portuguesa

Siempre me ha dado un poco de vergüenza comentar este problema en público, pero creo que ya es hora. Desde pequeño, bueno, desde que entré en la pubertad, esa edad en la que se empiezan a sentir las vergüenzas propias de la masculinidad, he tenido miedo de la señalización de los baños. Mira que se pueden tener temores en la vida, pero creedme, sentir como te tiemblan las piernas cada vez que intentas ir a un baño que no es el de tu casa, es muy duro.

En mis primeras veces nunca supuso un problema. Los colegios, pabellones polideportivos y bares de Albacete, que eran los lugares donde yo hacía vida mayormente aparte de mi propia casa, disponían de una señalización muy clara. Son lugares bastante básicos. El muñequito de los semáforos de todo la vida, con sus dos piernas bien diferenciadas daba paso al baño de hombres, mientras que el mismo pero con falda precedía al aseo de mujeres.

Mientras mi vida fue pueril, simple y manchega, nunca me supuso un problema. La primera vez que me vi en serios aprietos fue a la edad de 13 años. Acababan de inaugurar la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia y como buen colegio, no podíamos dejar de ir a semejante obra arquitectónica. Aún recuerdo el lema del museo "prohibido no tocar". En una de esas de juguetear con las corrientes y las fuerzas centrífugas, y rodeado de agua por todos los sitios, me entraron ganas de regar la plaza y al baño que me dirigí.

Me costó bastante encontrarlo. No hacía más que dar bandazos por las esquinas del museo viendo el mar y las piscinillas que Calatrava tuvo a bien diseñar para los aledaños del complejo. Unas vistas que no venían precisamente bien a mi propósito de miccionar en un lugar adecuado para ello. Bajé unas escaleras y en vista de que no veía a ningún trabajador del complejo, decidí preguntar a una señora que guiaba a un grupo de niñas algo más jóvenes que yo.

Tras indicarme donde estaba el baño, atravesé la primera puerta sobre la que rezaba un escueto cartel de "aseos". Entré en un hall bastante amplio, luminoso y con alguna que otra ventana que daba a la piscinilla de al lado del Ocenaografic. Mis ganas de mear eran incipientes y aquello estaba más desierto que la provincia de Cuenca. A la izquierda, una puerta con un circulito y una cruz, a la derecha, una puerta con un circulito y una flecha.

La cruz colgaba del círculo y rápidamente lo asocié a la pistolica que tenemos todos los hombre, y allí que me metí. Confiado de que estaba en lo correcto, me puse a hacer pis con la puerta abierta, como se hace en las discotecas para evitar cualquier contacto con el pomo. En ese momento abrió la puerta del baño la señora que me dio las explicaciones de cómo llegar al baño.

Venía acompañada de dos niñas que por lo visto también se sentían incómodas con las vistas al mar y las dichosas piscinillas de Calatrava. Pedí perdón y rojo como un tomate me subí de nuevo con mis compañeros a seguir trasteando con las fuerzas físicas de la naturaleza. Lo peor de todo es que para escribir esto he tenido que confirmar en google a quien corresponde la cruz y la flecha.

Esto viene porque el otro día me paso lo mismo. He tenido la suerte de estar unos días de vacaciones por Portugal, dicen que es un país parecido y tal, pero no... hay cosas muy distintas. En uno de los restaurantes que visité, resultó que la diferenciación de aseos se hacía por sombreros. Una puerta tenía una especie de boina y en la otra se adivinaba un bombín. Ante la duda, el bombín me recordó a Chaplin y a la Naranja Mecánica, más masculino imposible, si bien la imagen estaba un poco gastada y no se veía del todo bien. En pleno achique de aguas me pilló la camarera. Bastante portuguesa ella, dibujó una sonrisa picantona y se metió al baño contiguo a hacer lo que debiera. Ya fueran aguas mayores o menores.

Aún teníamos que pedir la comida y rezaba para que no nos atendiera la misma chica con la que tuve el percance en el baño del bombín, que al final resultó ser una pamela. Pues nada, mis rezos al garete, "¿Que van a querer caballeros?", dijo la chica con un perfecto acento de Ayamonte. Lejos de tomar la iniciativa, me hice el loco y dejé que los demás hablaran, hasta que uno lo hizo leyendo la carta. "Juan, tu no querías preguntar que qué es esto que pone aquí de 'Polvo a la Galega'".

Polvo=Pulpo.

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