miércoles, 12 de agosto de 2009

El misterio de las lentes de contacto…

Vamos con otra experiencia de verano, de esas tan raras que a veces me pasan. Aunque esto también podría ir dentro del apartado de ‘Medicina Popular”. Un día, jugando unos partidos a la play con un amigo, se nos alargó la tarde. A este amigo bien le podría haber entrado hambre, sed, sueño, pero no… su problema fue que se le salió la lentilla izquierda. Algo mucho peor que todas las adversidades anteriormente mencionadas.

Estábamos en casa de un tercero y los útiles necesarios para devolver la lente a sitio brillaban por su ausencia. Yo estaba jodido pensando que se habían acabado los partidos. Sin embargo, este amigo, muy dado a sorprender, abrió el tarro de las esencias y me alumbró con un remedio tan casero como insalubre.

“Mira Juan, con agua, la lentilla no entra en la vida”. Acto seguido se metió el mínimo plástico con forma circular en la boca y empezó a paladear. Después, con total normalidad y sin necesidad de espejo colocó la lentilla en su correspondiente cornea, “Yo creo que me voy a coger al Málaga”. Yo suelo guarrear mucho con las lentillas, pero jamás había visto algo así. No le observé ni un guiño raro, ni un mal gesto. El remedio debe funcionar, pensé en mi interior.

He de decir que nunca se me pasó por la cabeza poner en práctica semejante guarrada. Por suerte, siempre que se había salido una lentilla había sido en casa. Siempre, hasta el verano pasado. Estaba echando unas cervezas con los amigos, cuando empecé a notar el ojo algo seco. Me empecé a frotar ese ojo, la incomodidad era cada vez mayor y al final la lente terminó perdiendo su lugar.

Estaba desesperado, volver a casa supondría perderme lo mejor de la noche. Por otro lado, seguir con una sola lentilla me aseguraría un mareo importante, al que habría que sumar el producido por las cervezas. Tenía que hacer algo. Era mi último recurso, pero no quedaba otra… la lentilla a la boca. De camino al baño la fui enjuagando y bañando en mis fluidos salivales.

Una vez en el aseo, tuve la suerte de que no había nadie. Además, en este caso la señalización era bastante clara y entre en el servicio correcto. Me ayudé en el espejo y sin aparentes problemas reintroduje la lente en el lugar que nunca debió abandonar.

La primera sensación se asemejó bastante a cuando te ponen Reflex en un muslo o en un codo después de un golpe, salvo porque en este caso esa frescura la tenía en el ojo. Poco a poco, esa reacción se fue tornando en un agudo frescor, casi en un leve escozor. “Por qué pasará esto”, Manolo nunca me habló de estos efectos cuando me explico en qué consistía el remedio.

Al rato y ya sentado con mis amigos, me di cuenta de que minutos antes de bañar la lente en mi boca, me había comido media caja de caramelos Ricola. Sabor hierbas suizas, para ser más exactos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sí, si, sigue así, todos tus comentarios,veraniegos son buenísimos, ya se nos está empezando a todos a quitar el mono que teníamos.............. ya sabes quien soy.

Anónimo dijo...

Manolo nunca dejara de sorprendernos ehhh