Dos adolescentes de unos diecisiete años deambulan por la calle. Uno, más gordito y con trazas ‘cristiano-ronaldistas’, flequillo y gomina gesticula sin parar. El otro, como más esmirriado, pelo rizado y amago de coleta, le escucha con atención. Asiente, pero no acaba de convencerse de lo que dice su amigo.
Yo estoy agachado poniéndole la cadena a la moto cuando veo que dos pares de zapatillas de correr, todas del Decathlon, se detienen frente a mí. Levanto la cabeza y los veo, entonces los miro pensando: de aquí no va a salir nada bueno. El más alto y delgado empieza su alocución.
- Hola, ¿tienes un segundo que te hagamos una pregunta?- Su voz es dulce y parece formal.
- Sí, claro. Decidme.- Son las dos de la mañana y sigo pensando que la conversación es lo único bueno que puede deparar este encuentro.
El otro, el ‘cristiano-ronaldista’, da un paso adelante y toma la palabra.
- Es que somos de etnia gitana.- Me he tomado un café y dos tés en el trabajo, es imposible que me cague encima, si tiene que venir el SAMUR, al menos a ese nivel van a encontrarme con cierta elegancia. El parón que hace este segundo conversador se me hace eterno. Ya he terminado de poner la cadena y vuelve a retomar su discurso.
- ¿Queríamos hacerte una pregunta?- Ya le empiezo a sacar el acento gitano y todo, el tiempo no pasa. Haciendo un homenaje a mi propia adolescencia, busco una moneda de cinco duros en el bolsillo trasero. Valía relativamente poco y tenía buena prensa entre los atracadores infantiles, a finales de los 90 era mi salvoconducto favorito para evitar que me quitaran las zapatillas en mis tardes de ir a las máquinas recreativas en Albacete.
- Sí, sí, dime.- Estoy dejando la moto, llevo una trenca azul marino y botas. Para un día que voy vestido como a mi madre le gustaría que fuera cuando voy a verla, estoy dando una imagen de burgués que nada me beneficia con mis interlocutores.
- Allá vamos, atento. Es fácil. Si estuvieras en un paso de cebra. Y vieras que uno de nosotros, sin darse cuenta, se pone a cruzar viniendo un autobús contra él, ¿tirarías de su capucha hacia atrás para traerlo hacia ti y evitar que muriera atropellado.- Desde luego, han cambiado mucho las cosas desde los 90.
- Pues sí, si me diese cuenta, supongo que sí, claro.- Tampoco fui muy vehemente, pero ahora me fijaré bastante en los pasos de cebra por si acaso.
- Nada más, era solo eso, es que mi amigo tenía dudas y veníamos hablándolo.- dijo el alto. –Muchas gracias y disculpa la molestia.-
Y así se fueron retirando calle abajo, mientras arrancaban otra conversación sobre la libertad de prensa y los paralelismos posibles entre el libro ‘El Honor perdido de Katharina Blum’ de Heinrich Böll y las fotos en paños menores de Katte Middleton recientemente publicadas. Siendo periodista igual en ese tema estaría más acertado, porque en el que me plantearon estuve equivocado desde el principio.