miércoles, 24 de octubre de 2012

Cuando dos gitanos te hacen una pregunta

Dos adolescentes de unos diecisiete años deambulan por la calle. Uno, más gordito y con trazas ‘cristiano-ronaldistas’, flequillo y gomina gesticula sin parar. El otro, como más esmirriado, pelo rizado y amago de coleta, le escucha con atención. Asiente, pero no acaba de convencerse de lo que dice su amigo.

Yo estoy agachado poniéndole la cadena a la moto cuando veo que dos pares de zapatillas de correr, todas del Decathlon, se detienen frente a mí. Levanto la cabeza y los veo, entonces los miro pensando: de aquí no va a salir nada bueno. El más alto y delgado empieza su alocución.

 - Hola, ¿tienes un segundo que te hagamos una pregunta?- Su voz es dulce y parece formal.

 - Sí, claro. Decidme.- Son las dos de la mañana y sigo pensando que la conversación es lo único bueno que puede deparar este encuentro. El otro, el ‘cristiano-ronaldista’, da un paso adelante y toma la palabra.

 - Es que somos de etnia gitana.- Me he tomado un café y dos tés en el trabajo, es imposible que me cague encima, si tiene que venir el SAMUR, al menos a ese nivel van a encontrarme con cierta elegancia. El parón que hace este segundo conversador se me hace eterno. Ya he terminado de poner la cadena y vuelve a retomar su discurso.

- ¿Queríamos hacerte una pregunta?- Ya le empiezo a sacar el acento gitano y todo, el tiempo no pasa. Haciendo un homenaje a mi propia adolescencia, busco una moneda de cinco duros en el bolsillo trasero. Valía relativamente poco y tenía buena prensa entre los atracadores infantiles, a finales de los 90 era mi salvoconducto favorito para evitar que me quitaran las zapatillas en mis tardes de ir a las máquinas recreativas en Albacete.

- Sí, sí, dime.- Estoy dejando la moto, llevo una trenca azul marino y botas. Para un día que voy vestido como a mi madre le gustaría que fuera cuando voy a verla, estoy dando una imagen de burgués que nada me beneficia con mis interlocutores.

- Allá vamos, atento. Es fácil. Si estuvieras en un paso de cebra. Y vieras que uno de nosotros, sin darse cuenta, se pone a cruzar viniendo un autobús contra él, ¿tirarías de su capucha hacia atrás para traerlo hacia ti y evitar que muriera atropellado.- Desde luego, han cambiado mucho las cosas desde los 90.

 - Pues sí, si me diese cuenta, supongo que sí, claro.- Tampoco fui muy vehemente, pero ahora me fijaré bastante en los pasos de cebra por si acaso. - Nada más, era solo eso, es que mi amigo tenía dudas y veníamos hablándolo.- dijo el alto. –Muchas gracias y disculpa la molestia.- 

Y así se fueron retirando calle abajo, mientras arrancaban otra conversación sobre la libertad de prensa y los paralelismos posibles entre el libro ‘El Honor perdido de Katharina Blum’ de Heinrich Böll y las fotos en paños menores de Katte Middleton recientemente publicadas. Siendo periodista igual en ese tema estaría más acertado, porque en el que me plantearon estuve equivocado desde el principio.

jueves, 18 de octubre de 2012

El plástico que separa las lonchas de jamón



No quiero bromas con este tema, me parece que es uno de los ejemplos más claros de lo alejados de la realidad que están los políticos. Es más, pienso que el 15M en cierto modo tiene como finalidad lograr que a través de la recuperación de la inversión en I+D+i alguien idee otro modo de distribuir las lonchas de jamón serrano. 

Sí, me refiero a ese fino film trasparente que como si fuera un biombo separa cada lasca de jamón. ¿No había otra manera? A mí se me quitan las ganas de comer jamón solo de pensar que para coger una loncha debo derribar una especie de muro de Berlín previamente engrasado por la Gestapo de cierto matadero con manteca de cerdo. Aún no he sido capaz de despegar una loncha entera sin que se parta por la mitad, o sin que el tocino se quede pegado adornando el plástico tal y como los grafitis se quedaron en el muro. 

¿Qué lámina de plástico va con cada loncha? ¿La de arriba o la de abajo? Imagino a un señor, en un yate de 50 metros de eslora en Ibiza, recibiendo cada dos minutos mensajes de móvil de la Caja Rural de Cuenca: “El matadero Hijos de Eufronio Picazo ha ingresado 2.000 euros en su cuenta en concepto de ‘Patente de plásticos que separan lonchas de jamón y hacen la vida imposible a la ciudadanía”. 

Yo he llegado a encontrar láminas de estas en la pantalla del ordenador, en el parquet de casa y pensar… “coño, a esta zona aún le aguanta bien el barniz” y luego al rato conocer la dura verdad al ver al perro chuperreteando el suelo. He llegado a llamar al fontanero porque el fregadero no tragaba agua, venir, cobrarme 30 pavos de desplazamiento -¡su furgoneta usa queroseno o qué!- y al enseñarle el problema darme cuenta de que un puto plástico de estos tapaba el sumidero. 

 La revolución comienza desde los detalles. Ahora que España se juega su futuro en Europa, hagamos las cosas bien. Merkel, Rajoy, poned solución a este tema, seguro que los mercados y la prima de riesgo agradecen que la UE rescate, aunque sea un rescate blando, a los paquetes de jamón. Hasta Catalunya entenderá la prohibición de estos plásticos como un gesto de cariño que facilitará la versión jamonera del ‘Pa amb tomaquet’.

miércoles, 10 de octubre de 2012

El planificador de la angustia

Para él el tiempo lo era todo, más importante que el placer, la satisfacción o el disfrute. Que el dinero o la felicidad. Quería disponer del tiempo antes que los demás. El principal objetivo de su vida era evitar y prevenir las esperas imprevistas, odiaba disponer de dos minutos libres sin que fuera él mismo quien los hubiera elegido.

Así controlaba todo lo que le rodeaba, su tiempo y el de los demás. Era como el software ese de la Fórmula 1 que te dice el tiempo de cada piloto en cada vuelta, pero en la vida real. En lugar de pilotos, en su tabla mental había amigos, enemigos, familiares, el chino propietario de la tienda de debajo de su casa, vecinos, y hasta conductores de autobús (alguno de ellos paraba a echarse un pitillo al llegar a su parada y eso le sacaba de los nervios).

Sabía cuando el cajero de su banco se iba a desayunar para no ir, tenía controlados los turnos de las cajeras de Mercadona para hacer la compra cuando estuvieran las más eficientes. Conocía las calles de la capital donde menos voluntarios de MédicosMundi había apostados en busca de una domiciliación bancaria. A diario llamaba a Metro de Madrid para saber qué días le tocaba revisión a las escaleras mecánicas en las estaciones que él usaba para así ir en ascensor.

Tenía en cuenta que si era hora punta podría no entrar al ascensor en la primera tanda, por lo que siempre llevaba 10 euros que era lo que le costaba el taxi. En caso de llegar a este extremo, siempre elegía taxis híbridos. Pensaba que al tener dos fuentes de energía, era más difícil que le dejaran tirado, con la pérdida de tiempo que ello conllevaba.

Apenas disfrutaba las cosas, jugaba al fútbol con el iPhone con la mano mientras leía prensa o compraba cosas por internet, aprovechar el tiempo era su único planteamiento de vida. Una Nochevieja, cuando era más joven, la cena discurrió demasiado deprisa porque había cigalas de menos, aun quedaba una hora para las campanadas. Desapareció del salón, su familia lo buscó durante más de media hora y lo acabaron encontrando en el baño comiéndose las uvas a puñados.

El día de su boda él mismo organizó todo a fin de que los tiempos de espera no superaran los diez segundos. Contrató a un chofer suizo para que la novia no se demorara, pintó el coche de su padre como si fuera un taxi para que pudiera usar el carril del transporte público en caso de advertirse una pequeña demora. Un técnico de sonido amigo suyo le aceleró la marcha nupcial un 30% para que la novia hiciera el paseíllo más rápido aunque sin romper la magia del momento. Aún así, él no lo soportó, y cuando la novia llegó al altar él estaba viendo un vídeo de goles de Cristiano Ronaldo en Youtube. Una vez acabó, pudo casarse.

La prejubilación le pilló de sopetón y sin avisar, con 55 años se vio un martes sin nada que hacer, así que se fue a ver una obra. Se trataba de un tanatorio-crematorio de iniciativa privada, pasaban los meses y la obra no avanzaba en demasía, así que por las noches se colaba por debajo de una valla y colocaba ladrillos según las indicaciones que ponía en unos planillos que encontró en la caseta de obra. Unos meses más tarde el alcalde inauguró el crematorio cortando una soga, que iba mejor que una cinta en el símil mortuorio.

Nadie sabe qué ocurrió ese verano pero pasaron dos meses sin que nadie falleciera, y el desasosiego de nuestro protagonista era insostenible. Se había involucrado tanto que necesitaba ver ese horno en marcha. Una madrugada, harto de esperar, raptó al periquito de su vecino y se coló en el crematorio con el objetivo de hacerlo vuelta y vuelta. En un momento de despiste el pájaro se le escapó y empezó a piar haciendo saltar las alarmas. La seguridad privada se presentó en apenas cinco minutos y él, en plena oscuridad se escondió en lo que parecía ser un armario.

Era un ataúd de pino, tapizado en olor limón y con tres centímetros de viscolatex. No murió, pero pasó 31 horas y 25 minutos esperando a que alguien lo hiciera y abrieran el ataúd para sacarlo de ahí. Horas en las que no pudo más que estar consigo mismo.

lunes, 8 de octubre de 2012

Mohamed Barrachina, el primer hombre que entendió la crisis

- Me pone dos quintos de Estrella de Levante y unas aceitunas- Dije al llegar a la barra del bar. Solo veía el pescuezo del camarero, que estaba haciendo un escorzo para poder rebuscar en la cámara frigorífica. 

Para hacer tiempo me giré para ver la tele, donde estaban echando las motos, aunque en realidad no esperaba ver ninguna sino a alguna de las periodistas féminas por las que realmente está aumentando el share. En efecto, en cámara estaba la doce más una veces exnovia de Sergio Ramos pese a que la carrera estaba emocionantísima. Vaya Mundial, 12 españoles y dos italianos peleaban por el primer puesto. En cuanto me desembelesé ahí estaban los dos quintos, tras ellos había una camisa de cuadros en tonos marrones, un reloj dorado con pinta de pesar bastante, y un fino bigote, todo ello enraizado en un aspecto bastante moruno. 

Ese era Mohamed Barrachina, dueño del imperio hostelero en vías de desarrollo más pujante de la vega baja. Su padre, Vicente Barrachina, tuvo un lío de faldas que se le complicó un poco más de la cuenta a principios de los sesenta cuando hacía la mili en Ceuta. No lo supo hasta doce años después, cuando un mozalbete de aspecto algo desgarbado se plantó en su casa de Valencia en plenas fallas con una carta de su madre y varias cajas de petardos en las que había gastado el poco dinero que llevaba encima. 

Al principio todo fue un caos para Vicente, convertirse en padre en plenas fallas era algo habitual, pero lo normal consistía en empezar a ejercer nueves meses después. Su trabajo, intermediario en pequeñas transacciones inmobiliarias a lo largo del litoral mediterráneo le obligaba a viajar bastante, aunque no le venía mal la compañía de Moha para tener algo de conversación en los viajes. 

- Papá, con tanto viaje le estoy perdiendo el hilo a la escuela, ya no soy capaz de recordar de carrerilla las 10 grandes bondades del franquismo.- Comentaba con resignación Mohammed mientras el Renault 4L de su padre atravesaba a todo gas Puerto de Sagunto. 

 - Hijo, vamos a ver. Eso no es grave. Nosotros somos liberales, hemos de estar siempre a favor del sistema que haya, pero sin sentimentalismos. Además, tu ya eres bilingüe y tampoco es bueno estar formado de más en los tiempos que corren.- Replicó el padre sabedor de que aprender el oficio reportaría a su chaval mayores beneficios que conocer exhaustivamente la propaganda del régimen. 

Los servicios de intermediación que ofrecía iban desde algo sencillo como negociar con una constructora la eliminación del IVA de una factura hasta llevarse a la mujer del alcalde a cenar mientras el primer edil se gastaba el IVA anteriormente mencionado. Con el paso de los años Mohamed se fue introduciendo en el negocio de su padre a través de las operaciones más pequeñas y de menor riesgo. Nunca le terminó de coger el gusto a la idea pese a que su madre trabajó muchos años en el mercadillo de Ceuta y genéticamente estaba sin duda concebido para la compraventa y el mercadeo. 

Don Vicente Barrachina se fue haciendo mayor, su cuenta de años aumentaba a la par que algunos alcaldes conniventes de la zona le ponían calles en contraprestación a los servicios prestados. En uno de esos actos, en la Cala de Finestrat, Vicente acabó en el despacho consistorial con la concejala de festejos, una ciudadana holandesa que logró la representación en el ayuntamiento gracias a su idea de adornar de tulipanes el paseo marítimo. Dos meses después y a causa del amor, Vicente le explicó a Moha su intención de cesar en sus funciones profesionales. 

Once años después de aquello, del traspaso de poderes de la empresa familiar, Moha descubrió que el imperio de su padre no era tal. El informe de Oliver Wyman culpaba en gran medida a los créditos de su padre del hundimiento del Banco de Valencia, Bancaja, la CAM, además de un par de matrimonios de centroeuropeos afincados en Marina d’Or. 

Todo embargado, todo precintado. A Moha sólo le quedó un hotel costero de 15 habitaciones y un restaurante en la planta baja del mismo con otras tantas mesas, donde yo tuve el placer de conocerlo. Moralinas aparte, Moha era feliz y había logrado cierta paz, tanta que me sorprendió ver que en el ticket de los dos quintos, anunciaba su negocio como Hotel-Restaurant-Cybercafé. 

-¿Dónde tienes el ordenador? Es que quiero mirar el mail del trabajo.- Pregunté confiado. 

- Pásate a este lado de la barra. Es este mismo que usamos nosotros para hacer la cuenta. Abre el Chrome, que la última versión de Firefox va regular.-

Este era el teclado, austeridad alemana gracias a una chapuza española de ascendencia bereber. Mohamed le había cogido el aire a la crisis.