domingo, 24 de agosto de 2008

La globalización. Ese fenómeno tan atrevido.

Hoy es el primer día que escribo en el blog sin estar en Leipzig y estoy algo nerviosete. Acabo de llegar de unas idílicas vacaciones con la familia (sin perro) en Cabo de Gata. Bueno, idílicas hasta que en el viaje de vuelta nos hemos enzarzado una miaja. Siempre es bonito llegar a casa con cierto ambiente de crispación, reduce el síndrome postvacacional y te devuelve a la realidad de una formas mucho más desagradable pero efectiva.

Volvamos al tema que nos ocupa. La globalización es algo maravilloso y la libre circulación de personas en la Unión Europea mucho más. En la playa conforme te acercas a la orilla todo es más caro. Si te puedes pedir una caña a 300 metros de la playa seguramente valga la mitad que en el chiringuito de la orilla. Esto es claramente comparable a los restaurantes, la comida es la misma, pero si ves el mar cuesta el doble.

Tras haber probado los dos o tres sitios de encantadoras terrazas con vistas al mar con un resultado igual de insatisfactorio, creímos necesario probar los bares del interior del pueblo. En una pequeña plaza, casi en las afueras del pueblo habíamos visto un bar, de hecho la noche anterior compramos hielos y tónica para hacer unos refrigerios. El hombre parecía simpático, el establecimiento algo cutre, sillas y mesas de Mahou, de esas que ya nuevas están pegajosas. A mi desde el principio me gustó.

Nos sentamos a cenar, vino la camarera a atendernos y empezamos a pedir. El acento era raro, no sonaba demasiado almeriense, ni siquiera murciano, era un acento de un sitio bastante más lejano. "¿De donde será esta chica?, mira que maja parece?" dijó mi madre en lo que era un anuncio de sus intenciones. Mi hermano y yo nos miramos, sabíamos lo que venía a continuación. Cuando la chica con tez cansada se acercó a darnos la "dolorosa", llegó el ansiado momento. "¿Que tal? ¿De donde eres?" le preguntó mi madre con voz inocente. "Rumania, soy rumana" espetó la chica mientras recogía las perras que nos había costado la cena.

Al día siguiente fuimos al mismo a cenar. Aunque el pescado estaba muy bueno tenía algo de miedo de que mi madre entablara amistad con la camarera, no por nada, pero me da apuro. Eso es como el día que paró a Joaquín Reyes por la calle para decirle lo muy mucho que lo gozábamos viendo sus parodias. Esta vez nos toco el otro camarero. No penséis que esto nos sirvió de alivio, a las 3 palabras descubrió que también era rumano y otra vez la misma operación.

Dos días después y prendados por la calidad del "mesón", sus generosas raciones y sus fenomenales precios decidimos volver. Desde el principio pensé que mi madre le preguntaría por la familia o por las artes culinarias rumanas a alguno de los camareros, lo que fuese con tal de intimar. Lo que yo no sabía, o no podía entender es que gente como mi madre hay en todos los sitios y al final llevaba razón. "Hablar con ellos les resulta reconfortante" me dijo cuando la reprendí por las preguntas del primer día.

Se acercaban los postres y con el buche lleno de la fritura de pescado se nos acercó la camarera hasta colocarse a unos 3 metros de distancia. Nos miró de reojo, le devolvimos la mirada y medio señalando a mi madre dijo "¿Cuantos años tienes?". Tal desenlace era inesperado para mi, pero mucho más para mi madre, que vio como la amable camarera rumana le seguía el juego. Lo de después ya es insignificante, ¿De que ciudad de Rumanía eres? ¿Cuando te vas de vacaciones? etc, etc...

Esto demuestra que 3 cosas. La primera es que a mi madre le encanta hablar aunque sea con los muros de hormigón del parking del Carrefour. La segunda es que lo desconocido nos interesa y preguntamos por ello para saber como es. La tercera es más subjetiva y está menos demostrada; los camareros rumanos hacen mucho más que uno español para ganarse una buena propina.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Punto...

... y aparte.


Hoy se acaba todo.
Hoy me despido de Leipzig.
Hoy me despido de la que ha sido mi vida durante casi un año.
Hoy me despido del dialecto sajón que tan de cabeza me ha traido.
Hoy me despido de esta letrita "ß"
Hoy me despido de la leche entera de 3,8% de grasa.
Hoy me despido de la estación de tren más cojonuda del mundo.
Y de los fabulosos perroflautas que campean por sus esplendorosas puertas.
Hoy me despido de las Bionades.
Hoy me despido de la ternera "dura" de Alemania.
Hoy me despido mejor de lo que vine.
Hoy me despido de los tranvias de Leipzig, de los nuevos y de los viejos.
Hoy me despido de las habitaciones de 20 metros cuadrados por apenas 200 euros.
Hoy me despido de la Remoulade, que por cierto no hay en España.
Hoy me despido de las Bratwurst y de su correspondiente mostaza.
Hoy me despido del monumento mas feo del mundo.
Hoy me despido de la arquitectura soviética.
Hoy me despido de Bach, de Mendelsson, de Wagner. Y no solo viejos, también de Tokio Hotel.
Hoy me despido del Lokomotiv de Leipzig.
Hoy me despido de mi querida compañera de piso.
Hoy me despido del agua con gas.
Hoy me despido del pequeño Paris, para saludar al Nueva York de la Mancha.
Hoy me despido de Radio Leipzig.
Hoy me despido de la Sterni, la Krostitzer, la Reudnitzer (festbier, y cerveza roja... aunque esta no me gustes mucho, también me despido de tí)
Hoy me despido de los moscardones que hay en Leipzig.
Hoy me despido de la Univertät Leipzig, antes llamada Karl Marx Universität.
Hoy me despido de los grandes parques y la vida sin atascos.
Hoy me despido del Persíl (detergente bueno donde los haya).
Hoy me despido no entender cuando me hablan.
Hoy me despido de las fantásticas panaderias alemanas.
Hoy me despido de ti, de ti y también de ti.
Hoy me despierto de un sueño del cual recordaré todo.

Una de mis películas favoritas dice que las historias mantienen vivos los recuerdos. Nada muere si hay alguna historia que nos ayude a recordarlo.

En realidad hoy empieza todo.