miércoles, 20 de mayo de 2009

Encuentros en la tercera... en la tercera planta.

Bueno bueno bueno... ya se han terminado las festividades madrileñas y ahora empieza una época más estudiantil que de otra cosa. Salvo que el "pep team" nos regale su enésima exhibición, creo que San Isidro fue la última salida nocturna hasta nuevo aviso. San Isidro por llamarlo de alguna forma, porque allí parecía que se celebraba más el aniversario de la defunción por asesinato de Francisco Pizarro (ilustre conquistador del Perú)... y hasta aquí puedo leer.

Vamos con el tema que nos ocupa y que me ha hecho escribir tanto tiempo después. Una vez me dijo mi tio Gerardo, al que tengo por alguien bien cultivado, que tanto los porteros como los serenos eran la principal herencia que dejaron los Bonaparte en España. Y, viendo a mi portera, creo que dista bastante del buen gusto que se suele destilar en "la france". Me imagino que la clase del portero dependerá bastante de la finca, en este caso está bastante acorde todo.

Aventurarme a decir cuantos años tiene sería algo tan atrevido como inseguro. Pelo corto y trasquilado, aspecto desgarbado, gafas antiguas (no retro, antiguas, es importante diferenciar esto) y por último, una voz de estas que la escuchas una vez y parece que no cesa de hablar nunca. De personalidad es abierta, alegre y parlanchina, poniendo especial énfasis en esto último.

Un día, a eso de las 7:55 de la mañana, bajaba yo en el ascensor con mi bici a cuestas con la sana intención de ir a la Escuela Oficial de Idiomas. Al abrir la puerta del montacargas me tope con esta señora, de la que ahora mismo me estoy dando cuenta que desconozco su nombre.

- Buenos días. Ten cuidado en no rayar el ascensor con la bici, que los vecinos están muy molestos y de hecho tienen prohibido meter bicis en el ascensor.- Me dijo de forma amable, desconociendo mis modales de las 7:55 de la mañana.

- Buenas. En todo caso tendré cuidado de que no se raye mi bici con el ascensor.- Respondí con una mezcla entre mala educación e inconsciencia matutina.

- Vale, vale... Si yo lo digo por ti, que los vecinos propietarios son muy quisquillosos con estas cosas, y tu eres de alquiler.- Espetó tratando de calmar mis ánimos.

- Disculpe, pero es que me he imaginado subiendo el armatoste éste por la escalera de caracol de esta santa comunidad y me ha empezado a hervir la sangre.- Ya estaba más tranquilo y comencé a hacer gala de la educación de la que fui provisto por mis padres.

- Nada, tranquilo. Si además, la bici es monísima. Mi marido sale mucho con la bici de carretera, se va a Navacerrada y por ahí. Él siempre ha querido una de estas para callejear, pero no se siente seguro.

- Anda, y eso ¿por qué?.- Respondí con mucha curiosidad.

- Es que mi marido es bastante grueso y en Madrid hay muchas cuestas. Siempre dice que el no tiene problema para subir, pero por lo visto al bajar coge mucha velocidad debido a su peso. Necesita de una bici de carretera, ésta tuya tan mona no aguantaría una frenada de mi marido en plena calle Santa Engracia.- Esto me dejó totalmente fuera de sitio, desubicado.

- Creo que me tengo que ir, llego tarde a clase.- Pasaron los días y en realidad solo deseaba que en algún momento su marido abriera la puerta del bajo "luminoso" en el que viven y saliera con la bici. He de decir que esto sucedió hace no mucho y, si, grueso es un adjetivo bastante acorde.