viernes, 14 de marzo de 2008

Día 176. Capítulo 2. Flaco favor nos ha hecho Candido Méndez.

Llegamos al hostal de Vilna (capital de Lituania) a eso de las 23.00 (las 22.00 en horario patrio). La puerta ya era un poco extraña, daba acceso a un patio interior al que ciertamente le faltaba un remozado. Entre pitos y flautas se nos hicieron las 0.00, ¿donde coño cenamos en Lituania a las 0.00?. Salimos a la calle y vemos todos los bares abiertos, "Estarán dándole de beber a la gente, tendrán la cocina cerrada casi seguro" eso fue lo primero que pensamos.

Entramos al primero, una pizzeria con muy buena pinta y mucha gente dentro. Una camarera muy aparente nos confirmó que la cocina estaba en funcionamiento. Así qué sin más, cenamos, bebimos, y nos fuimos. Ciertamente tenía bastante ganas de salir por ahí de marcha, más aun viendo las lituanas que había por allí. Al final na de na... mis compañeros de viaje estaban cansados, nos tomamos una cervecilla rápido en un bar de modernos y nos fuimos a dormir.

El sábado, jornada de reflexión amanecimos bastante pronto y nos echamos a la calle para ver Vilna (la llaman la Jerusalén del Este por aquello de tener 300 millones de Iglesias). Una iglesia por aquí, un mercado por allí, la universidad... vaya lo que tienen las ciudades normalmente. En 4 ó 5 horas lo habíamos visto casi todo y fuimos al supermercado ha comprar algo de comer y de beber. Una vez en el hostal comenzamos a conocer gente, tanto huéspedes como dueños.

Allí había gente para hacer varias películas de Almodovar. Dos inglesitas muy simpáticas que tardaron poco en irse, cuatro finlandeses que cuando llegamos ya se habían calzado una botella de Moskovskaya cada uno y dos compatriotas muy majetes, pero como era jornada de reflexión tampoco podíamos conversar mucho por influían en mi voto. Los almodovarianos eran otros, había un quinto finlandés, Matti se hacía llamar y rozaba la cuarentena. Decía haber viajado por todo el mundo varias veces, no se si sería verdad pero estaba como una cabra.

Los dueños del hostal también eran de libro. Eran casi todos ingleses, de pelo más bien zanahorio y bastante anchos de caderas en líneas generales, así como forronduscos, fanegas. Andaban casi siempre descalzos y cocinaban los huevos con beicon (también llamado panceta) con bastante asiduidad durante ese fin de semana. Siguiendo con el hostal hay varios temas que me llamaron la atención. El edificio del hostal estaba al lado de una las mil iglesias de la ciudad, lo peor de ello es que el baño de nuestra habitación daba a la iglesia. Digo yo que que necesidad habrá de que te vea Dios cagando.

Así pues el domingo amaneció entre risas y tensión electoral. A eso de las 14 nos acercamos al supermercado, esa es otra de las costumbres lituanas. ¿Que coño hace un supermercado abierto en domingo?, es que en Lituania no hay convenios colectivos. Cuanto daño han hecho los sindicatos, que lujo eso de tener supermercados abiertos los domingos. Pero lo mejor de todo es el horario, todos los días de las semana de 7 a 23 horas. Hay que decir que eso nos amenizó mucho la jornada electoral.

Cuando Francino (Cadena Ser, por lo tanto imparcialidad máxima) daba a conocer los primeros sondeos llegaron 4 españoles más al hostal. Casi todos contentos con el resultado salvo menos unos que parecía algo ofuscado. Con esas nos fuimos a acostar. El lunes amanecimos con el trasiego que formaron nuestros compatriotas y compañeros de habitación, los españoles siempre tan ruidosos. En señal de gratuidad uno de nosotros en un ejemplo de democracia y saber estar se despidio de ellos deseándoles una feliz legislatura. Me imagino lo que le tuvo que joder el comentario, pero es innegable que como golpe bajo es una maravilla.

Salimos del Hostal, dimos una vuelta y a la estación de autobuses. Allí nos esperaba el bus que nos llevaría a Riga. Asientos de cuero, tres asientos por fila y algún que otro gorrinete al que le olían los pies durante el viaje hicieron muy ameno el trayecto.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Día 174. Capítulo 1. Final feliz.

Recién llegado de los países bálticos he podido comprobar como dos de mis teorías eran ciertas. La primera es que con buena compañía y diciendo tonterías a mansalva te lo puedes pasar bien hasta en Teruel, y segundo y no por ello menos importante; si vas a viajar por el este de Europa, cuanto más cerca de Polonia mejor. Ello te garantizará un bienestar y una anchura económica muy agradable.

Nueve días por los países bálticos dan para mucho, para demasiado, incluso me atrevería a decir que se hacen largos. Como hay muchas cosas que contar y no me quiero olvidar de ninguna voy a proceder de la siguiente manera. Os contaré el viaje como si de una novela folletín se tratase, pero voy a tratar de innovar en el formato. Lo haré en narración inversa, es decir de final a principio. Me acordaré mejor de las cosas y quizás así lo gocéis más.

Erán más o menos las 20:00 cuando llegamos a Riga (capital de Letonia, lo aclaro porque sé que hay muchos que lo aprendisteis como "URSS, capital Moscú")era nuestra segunda vez en el Paris del Este, ya lo conocíamos y nos dirigimos directamente al Hostal. Dejamos las cosas y nos fuimos a al supermercado a por la cena. Era la última noche así que nada de racaneos absurdos, un litro de cerveza de exportación danesa, fuet casademont y una barra de Pan. Llegamos al Hostal de nuevo, nos comimos la barra entera de salchichón y nos pusimos a ver una peli.

Era una de las primeras de Nicole Kidman, una que se enamora de un niño que se hace pasar por su marido difunto o algo así, vaya... una obra maestra prácticamente. Aunque solo lo fuera para el niño que puede jactarse de haberse enrollado con Nicole Kidman a la temprana edad de 10 años. Este niño tiene un futuro esplendoroso, decir lo contrario sería mentir, eso es así, habrá que verlo con 25 ó 26 años. Se va a hinchar casi seguro. Pues eso, se acabo la película, cerraron la recepción y nos mandaron a la cama.

Nuestra habitación era de 10 personas, cuando entramos solo una dormía. Una joven australiana muy simpática aunque algo entrada en carnes, nos lavamos los piños hicimos nuestras respectivas camas y nos metimos en el sobre. Aunque el viaje a nivel de ronquidos habia sido bastante horrible, aun no sabíamos lo que nos esperaba esa noche. En cuanto dejamos de hablar comenzamos a sentir los cientos de decibelios que generaba aquella inmensa canguro australiana.

No se escuchaban ni los coches de calle, temblaban las literas y todo. "Joder como ronca..." le grite a Higinio (litera superior) para comprobar que él tampoco podía dormir con ese festival. Tardó muy poco en responder, efectivamente tampoco podía conciliar sueño. Eso era inhumano, que tortures a tu cónyuge con esos ronquidos después de 20 años de matrimonio es comprensible hasta para Dios, pero a nueve desconocidos no tiene perdón.

Apenas 4 ó 5 minutos después de hacer yo esa reflexión y pillando algo de sueño un enorme estruendo se apoderó de la habitación. Giré la cabeza a mi izquierda y eso no era comprensible ni para Dios. Entre el peso y la vibración de los ronquidos, el somier de la joven australiana se había vencido. Se escucharon tímidas carcajadas mientras ella comentaba en voz baja su desdicha. A partir de ese momento no se volvió a escuchar otro ronquido en la habitación y se pudo dormir hasta las 11 de la mañana sin ningún tipo de contaminación acústica.

A la mañana siguiente movidos por la curiosidad levantamos su colchón... Partir 3 tablas de un somier es algo que solo unos pocos pueden hacer en este mundo. No la volvimos a ver.