lunes, 19 de octubre de 2015

Un domingo difícil de entender

Ayer no fue un domingo normal, me toco trabajar como casi siempre, pero aparte de eso ocurrieron cosas que me llamaron mucho la atención. Llevo sin escribir aquí un porrón de años y necesitaba compartirlo.

1. El Metro lleno un domingo. Estaba el cielo cubierto y amenazaba lluvia. Normalmente echarme pa'lante e ir en moto a trabajar incluso lloviendo levemente, pero el miré el Nokia y la predicción era infame. Así que decidí ir en transporte público. Bajé a la estación de Embajadores y pasé mi bono de diez por el torno. Hice un amago de sprint cuando vi el metro, aunque luego me percaté de que era el de la otra vía (cosas de no tener en la vista al mejor sentido).

Primera decepción: dos dígitos. El próximo tren pasará en 10 minutos. Esperé y por fin llegó el convoy, iba a reventar. Por suerte fui a caer en una de las barras que estaba dominada por dos madres latinas y sus hijas y pude sujetarme sin problema ya que a partir de 1.45 estaba más o menos libre. Las estaciones de Lavapiés y Sol supusieron una cantidad de codazos y restregones como hacía tiempo que no sufría, todo para llegar a Gran Vía con la barbilla prácticamente apoyada en un viajero calvo y ciego. Ahí entendí que para ellos las muchedumbres para los invidentes deben ser en cierto modo menos agobiantes.

2. La lluvia y la idiotez. Salí del metro y llovía más fuerte, me alegré enormemente por no haber cogido la moto. Cojones, por fin acierto. Me puse andar hacia el trabajo y la lluvia apretó, pese a todo y envalentonado por acertar en no llevar la moto, me dije "voy al Pans a por un café y así empiezo bien la jornada". Pagué el café y me dispuse a cubrir los no más de 40 metros que separan el Pans de mi trabajo. Asomé la cabeza y llovía a mares, como si dios estuviese estrenando su ducha con masaje en el cielo de Madrid. 

Al empezar a andar me llamó la atención la cantidad de gente que había en la calle aún cayendo semejante tromba. Unos metros más adelante descubrí que todos salían del Primark, nuevo y reluciente establecimiento que ha abierto en Gran Vía recientemente. Y claro, salían porque otros tenían que entrar, la cola daba la vuelta a la manzana, en un edificio sin apenas voladizo que les permitiese escapar del agua. ¿Qué hará esta gente aquí un domingo con la que cae? Aunque luego pensé que igual estaban tan calado que querían pasar a comprar una muda y no coger frío, pero entiendo que no, que esa gente andaba ahí por el vicio de comprar. Por el vicio de salir de casa una idílica tarde de domingo en la que disfrutar de un chaparrón de 30 litros por metro cuadrado.

Y encima las bolsas del Primark son de papel. Pobre gente. Y sí, el Metro iba lleno de gente que iba al Primark, ahora ya lo entiendo.