sábado, 31 de julio de 2010

Las manchegas aventuras de Tito

Uno de los dudosos honores que tiene Albacete es el de haber sido sede de las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil. Dudoso por el contexto de guerra, jamás por los ideales de sus combatientes. Miles de jóvenes de toda Europa se desplazaron a Albacete para luchar junto al ejercito republicano. Pero no va de guerra esto.

Mi abuelo, que tendría por aquel entonces 14 ó 15 años, se empeña en que en una visita al médico le tocó esperar turno con Tito (Josip Broz). No sé si será verdad, porque a menos que Tito conociera el futuro y llevase un cartel que dijese “Me llamo Tito y seré Mariscal en Yugoslavia”, mi abuelo no tenía por qué saber quien era ese señor. Pero lo de imaginar a Tito en Albacete, me mola mucho.

Una vez pasaron consulta todos los niños, era el turno de Josip. Llevaba muy poco tiempo en Albacete. Había llegado a Valencia en un barco especial financiado con el dinero que más tarde sería compensado con el oro de Moscú. Su trayecto fue Split-Palermo (controlado por la Mafia era más seguro que cualquier otro puerto de Italia manejado por Berlusconi)-Ibiza-Denia. Una vez en Denia, cogieron un bus y se vinieron por la Nacional Tres hasta el “Nueva York de la Mancha”.

-Buenas tardes. ¿Qué le ocurre?- Tito tenía una cara bastante común y el médico creyó que podría ser de Valdepeñas o Tomelloso. Pero Tito apenas hablaba castellano. Solo tenía un papel que le había escrito la señora que se encargaba de limpiar los retretes del cuartel. En él se especificaban los síntomas que tenía el futuro Mariscal.

Tito le entregó el papel. Pese a trabajar en aquello, la nota era ejemplar. No tenía ni tachones, ni faltas. En ella se leía:

El doctor sacó uno de esos libros que los médicos tienen para conectarse con Dios. Mi madre dice que los médicos son primos hermanos de Dios. Por su sapiencia y por su arrogancia (esto lo digo yo). Mientras tanto el joven Josip estaba inquieto, entre que la butaca era de “escai” y no transpiraba mucho, su uniforme 50% nylon, y que su último paso por el baño no había tenido un corte limpio, no se encontraba nada cómodo.

-Pone aquí que eres de Croacia, tengo yo muchas ganas de ir a Budapest, me han dicho que tiene unos balnearios que son mano de santo.- Dijo el médico mientras buscaba algo que cuadrara con las dolencias de Tito. Él no entendía ni papa, pero asintió de forma simpática.

Josip no aguantaba más, tenía los glúteos chorreando y se tuvo que levantar. Además, ese rumiar que describía la nota le estaba volviendo poco a poco.

-Te quieres que creer que no encuentro nada que cuadre. Me cago en la hosti (esto también lo dice mi abuelo). A ver… aquí está, dolencias gástricas. Pues lo que tienes va a ser, va a ser… un momento que ahora mismo te lo digo-.

Tito no aguantaba más, tenía el esófago como el MediaMarkt en el día sin IVA. Hizo un par de muecas y leves quejidos, pero no encontró respuesta en el facultativo. Seguía absorto en su libro. Así que Tito, por muy mal que le supiera, se vio obligado a expulsar por vía oral.

-¡Leche! Eso son patatas a la riojana.-

El pobre eslavo se tranquilizó al ver que el médico no se había enfadado. En su país los médicos tenían muy mal humor, bueno, casi todo el mundo. Tito seguía haciendo señas y aspavientos, trataba de decir al médico que en la otra cara de la nota de la limpiadora había más cosas escritas. Le costó un rato al médico, pero al final lo pilló. Ponía lo siguiente:

sábado, 24 de julio de 2010

Antonio Sahuquillo, la historia de una subcontrata

Antonio nació hace 47 años en un pequeño pueblo de la Rioja. Aunque su familia no era de latifundistas, mal se le tenía que dar a una estirpe afín al régimen para no tener un par de hectáreas de viñas. Su padre y abuelo se habían beneficiado del franquismo, pero siempre fueron de tradición muy vinícola. De hecho su padre trabajó como enólogo freelance para J. García Carrión, en concreto en su departamento de vinos de cartón. Sin embargo cuando Mercadona y Don Simón firmaron su gran alianza comercial, las sinergias de la fusión dejaron a su padre sin empleo a la edad de 59 años.

La esperanza de la familia siempre fue que Antonio llegara a ser un sommelier de vinos embotellados, como mínimo. Recibió formación de primer nivel en una escuela de Logroño, era de los primeros de promoción y las mejores cooperativas de Europa se lo estaban rifando. A él no le apasionaba, pero lo disimulaba bien. Todo se truncó una noche agosto cuando Antonio estaba de farra con sus amigos en la piscina del pueblo. Se tiraban de bomba, de cabeza y por el trampolín. Antionio se envalentonó y decidió tirarse de voltereta, con la mala suerte de que las fosas nasales fuesen la primera parte de su cuerpo contactar con el agua.

La cantidad de liquido que entró por sus narices era la equivalente a una botella de Solán de Cabras. Perdió el conocimiento durante tres minutos y cuando levantó se vio hasta arriba de Negrita con Coca Cola que sus amigos le había tirado encima para despertarlo del trance. Pasaron los días y nadie hablaba del incidente, pero Antonio notaba que algo fallaba. Una noche se fue solo al vertedero municipal para comprobar una cosa; efectivamente, había perdido el olfato. No dijo nada y dos meses después empezó a trabajar para una cooperativa francesa, que a la postre sacaría la peor y más horrenda cosecha que se recuerda. Fue un año de mucho frío, pero Antonio también la cagó mucho.

Fue despedido de forma fulminante y probó suerte en Madrid. Tras años de dar tumbos, un amigo le comentó la posibilidad de entrar en el cuerpo de técnicos de calderas y calentadores de una empresa subcontratada por Gas Natural. Estaba bien pagado y no parecía difícil. No reparó en que él no olería los escapes de gas... así hasta el otro día que vino a mi casa.

- Soy Antonio, venía a revisar la caldera.- Dijo con voz baja, sabedor de que venía un día antes de lo pactado.
- Pero ¿usted no venía mañana? Venga pase, si hoy nos quitamos esto en medio, mejor.- Comenté mientras abría la puerta en calzoncillos y con mi camiseta del Lokomotive de Leipzig.

Una vez en la cocina Antonio fue al turrón y empezó a desmontar el calentador. Decía que teniamos pequeñas fugas y que tardaría un rato. Yo lo veía algo bizarro, ponía el gas a tope y se acercaba a donde estaban las fugas para mirar con unas gafillas pequeñas. Cuando hubo acabado, miró todo otra vez y gritó "me cago en madre que parió a Paneque, que hay otra fuga aquí abajo". Ante tal afirmación, decidí quedarme detrás de la puerta para supervisar su trabajo. Entre ruidos de tuercas, destornilladores y demás, escuché algo que desde luego sonaba muy más anal. Música de percusión esfinteriana, incluso hubo un redoble, como si Antonio hubiese bebido tres expressos italianos antes de venir. Abrí la puerta e intenté certificar con mi nariz que la notas que había escuchado eran naturales e irrepetibles.

- ¿Cómo va eso Antonio?
- Pues ahi voy con esta hija de puta. Seguro que tu casero es una marquesa, pero el calentador no lo ha tocado en 30 años.- Respondió con la frente sudada.
- Oye ¿no huele aquí un poco raro?.- Pregunté para ver por dónde salía.
- Umm... yo no huelo nada, pero deben ser los primeros gases matutinos. Por las noches se acumula mucha mierda en el conducto y los primeros escapes de la mañana siempre son traicioneros.- Con semejante y ambigua afirmación recogió, me dejó un certificado y se fue con prisas.