martes, 28 de julio de 2009

No es recomendable cambiar la rutina de forma tan brusca...

Desde que volví de las vacaciones en Cádiz y Almería he pasado unos días un poco raros. El ocio se ha apoderado de mi vida esta última semana, incluso llegando al punto de no salir de casa durante varios días seguidos. Aunque este lapso ha durado apenas una semana, he tenido tiempo suficiente para llegar a varias reflexiones.

Si a los cinco meses de vida te despiertas a las 12 cualquier día de julio, tus padres se vanaglorian de lo bueno y tranquilo que es su hijo, incluso añaden lo bien que come. Si esto ocurre a los cinco años, los padres se ríen y bromean con lo dormilón que es su retoño (esta palabra me encanta, la dicen muchísimo los periodistas del corazón). Con 18 años te despiertas a la una de la tarde, y los progenitores te felicitan..."aprovecha hijo mío, éste va a ser tu último verano sin nada que hacer, el año que viene, en la universidad, tendrás que estudiar para septiembre". Hasta aquí, todo correcto.

Sin embargo, cuando con 23 años y dos asignaturas para terminar la carrera sigues durmiendo al volver tus padres del trabajo para comer..."Juan, no ves la imagen de pasividad y dejadez que transmites". Y todo ello acompañado de una cara bastante hostil. Esta reflexión viene porque hoy he tratado de cambiar de rutina, y en consecuencia de imagen. Y los resultados no se han hecho esperar.

A las diez de la mañana me he ido con mi hermano a jugar al tenis. Entre que con el madrugón no hemos podido desayunar y que ya a las diez superábamos los 30 grados, pues un desastre, amago de lipotimia y vuelta a casa. Aún así, hemos sudado y hemos hecho algún que otro buen peloteo. Como siempre y para no falta a la cita, me han salido un par de ampollas en los dedos.

Hemos vuelto a casa, nos hemos ido de cañas un rato y a las 14:30 estábamos como un clavo en casa para comer. Con la intención de no dormir una siesta de campeonato por la tarde, he sacado unas Coca-colas y para hacerlo aún más señorial he cogido un limón. No me he acordado de mis ampollas y cuando he ido a cortas las finas rodajas he visto las estrellas. El cítrico sobre la ampolla... si duele es que está curando, que diría una madre. Al final, entre tanto trasiego se me ha olvidado abrir la Coca-cola.

A las 16:15 me he ido a la biblioteca. Tengo dos asignaturas solo y no quiero ningún traspiés. Después de media hora leyendo los malísimos apuntes de Información Medioambiental, he empezado a dar cabezazos y he decidido ir a la cafetería contigua a tomar un café. He estado allí 20 minutos de charloteo con un amigo y nos hemos vuelto. Con el paso del tiempo he comprobado como el café iba haciendo efecto en mi organismo. Lo malo es que no solo he sufrido las consecuencias de su efecto principal.

"Café y cigarro, muñeco de barro". Yo no fumo, no me hace falta. Desde siempre han quedado sorprendidos en mi familia por mi capacidad para ir al baño. Nunca he valorado este hecho como una virtud, pero el hecho de que algunos primos y tíos sufran de estreñimiento, me ha forzado a incluir mi facilidad para sacar la leña al patio en la lista de cosas que hago bien. Junto a comer pipas y recientemente también caracoles.

Una vez abandonada la biblioteca, me han llamado para jugar al fútbol. Una pachanguilla nunca viene mal, he pensado. A las ocho de la tarde hacía aún más calor que a las diez de la mañana. En el partidillo no ha pasado nada raro, ni inesperado, pero sí alguna cosa desagradable. Mi hermano, presente en el partido ha vuelto a ilustrarme después de abrirme los ojos con aquello de los asqueroso que es que te pongan la barriga en la espalda mientras estás en una cola.

"Juan, lo peor de estos partidos es que un equipo tiene que ir forzosamente sin camiseta. No me gusta nada cuando forcejeas con ellos y notas como el brazo se te escurre por su espalda porque van 'sudaos'. Que necesidad tengo yo de mojarme el brazo con su sudor". Sobra decir que nuestro equipo era el que iba con camiseta.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Genial, Juan

Aina dijo...

Buenísimo Juan!