viernes, 24 de julio de 2009

Imaginad el momento más desagradable del mundo...

Las lavadoras son como las madres. En el 90% de las ocasiones nos llenan la vida de cariño, amor, ternura y facilidades, muchas facilidades. El otro 10%, eso es otra historia. Madres y lavadoras buscan siempre la perfección, tratan de hacerlo todo tan bien que al final se pasan.

Un amigo mío, bastante poco estudioso, suele decir que para los exámenes hay que llevar la preparación justa, lo estrictamente necesario. Argumenta que él nunca ha sacado buenas notas porque cree que si estudia demasiado se va a pasar y terminará suspendiendo. "Juan, si estudias mucho, das la vuelta y te pasas de conocimientos. Al final te crujen".

Las lavadoras son la 'hostia'. Lo dejan todo (bueno, casi todo) de maravilla. Puedes haberte rebozado de mierda en un camping de Mojácar y haber dejado marrón una camiseta que era blanca, que la Miele, Bosch o Fagor de turno la va a dejar como nueva. Igual ocurre con la gente que se deja la última 'gotica' en los calzoncillos o que incluso utiliza tan apreciada prenda cuando no tiene a mano papel higiénico o sucedáneos. La lavadora siempre cumple.

Pero, ¿a quién no le ha costado horrores meterse dentro de unos vaqueros recién lavados? He aquí el 10% de ineficacia. Sentirte embutido dentro de unos vaqueros y con el calor del verano es una de las sensaciones más desagradables del mundo. Muy comparable al infame momento de estar haciendo una cola, para el DNI, para el cine, para lo que sea... y notar la barriga sudorosa de la persona que te sigue sobre tu espalda.

Aún puede ser peor. Imaginad que estáis haciendo cola en un sitio sin aire acondicionado en pleno verano, con los vaqueros recién lavados, con esa barriga húmeda en la espalda, con ganas de hacer pis y por si fuera poco... te rozan los zapatos porque tu madre ha decidido meterlos en la lavadora con los vaqueros.

Ya sabeis. Bermudas y chanclas, que de la barriga es difícil librarse.