lunes, 8 de octubre de 2012

Mohamed Barrachina, el primer hombre que entendió la crisis

- Me pone dos quintos de Estrella de Levante y unas aceitunas- Dije al llegar a la barra del bar. Solo veía el pescuezo del camarero, que estaba haciendo un escorzo para poder rebuscar en la cámara frigorífica. 

Para hacer tiempo me giré para ver la tele, donde estaban echando las motos, aunque en realidad no esperaba ver ninguna sino a alguna de las periodistas féminas por las que realmente está aumentando el share. En efecto, en cámara estaba la doce más una veces exnovia de Sergio Ramos pese a que la carrera estaba emocionantísima. Vaya Mundial, 12 españoles y dos italianos peleaban por el primer puesto. En cuanto me desembelesé ahí estaban los dos quintos, tras ellos había una camisa de cuadros en tonos marrones, un reloj dorado con pinta de pesar bastante, y un fino bigote, todo ello enraizado en un aspecto bastante moruno. 

Ese era Mohamed Barrachina, dueño del imperio hostelero en vías de desarrollo más pujante de la vega baja. Su padre, Vicente Barrachina, tuvo un lío de faldas que se le complicó un poco más de la cuenta a principios de los sesenta cuando hacía la mili en Ceuta. No lo supo hasta doce años después, cuando un mozalbete de aspecto algo desgarbado se plantó en su casa de Valencia en plenas fallas con una carta de su madre y varias cajas de petardos en las que había gastado el poco dinero que llevaba encima. 

Al principio todo fue un caos para Vicente, convertirse en padre en plenas fallas era algo habitual, pero lo normal consistía en empezar a ejercer nueves meses después. Su trabajo, intermediario en pequeñas transacciones inmobiliarias a lo largo del litoral mediterráneo le obligaba a viajar bastante, aunque no le venía mal la compañía de Moha para tener algo de conversación en los viajes. 

- Papá, con tanto viaje le estoy perdiendo el hilo a la escuela, ya no soy capaz de recordar de carrerilla las 10 grandes bondades del franquismo.- Comentaba con resignación Mohammed mientras el Renault 4L de su padre atravesaba a todo gas Puerto de Sagunto. 

 - Hijo, vamos a ver. Eso no es grave. Nosotros somos liberales, hemos de estar siempre a favor del sistema que haya, pero sin sentimentalismos. Además, tu ya eres bilingüe y tampoco es bueno estar formado de más en los tiempos que corren.- Replicó el padre sabedor de que aprender el oficio reportaría a su chaval mayores beneficios que conocer exhaustivamente la propaganda del régimen. 

Los servicios de intermediación que ofrecía iban desde algo sencillo como negociar con una constructora la eliminación del IVA de una factura hasta llevarse a la mujer del alcalde a cenar mientras el primer edil se gastaba el IVA anteriormente mencionado. Con el paso de los años Mohamed se fue introduciendo en el negocio de su padre a través de las operaciones más pequeñas y de menor riesgo. Nunca le terminó de coger el gusto a la idea pese a que su madre trabajó muchos años en el mercadillo de Ceuta y genéticamente estaba sin duda concebido para la compraventa y el mercadeo. 

Don Vicente Barrachina se fue haciendo mayor, su cuenta de años aumentaba a la par que algunos alcaldes conniventes de la zona le ponían calles en contraprestación a los servicios prestados. En uno de esos actos, en la Cala de Finestrat, Vicente acabó en el despacho consistorial con la concejala de festejos, una ciudadana holandesa que logró la representación en el ayuntamiento gracias a su idea de adornar de tulipanes el paseo marítimo. Dos meses después y a causa del amor, Vicente le explicó a Moha su intención de cesar en sus funciones profesionales. 

Once años después de aquello, del traspaso de poderes de la empresa familiar, Moha descubrió que el imperio de su padre no era tal. El informe de Oliver Wyman culpaba en gran medida a los créditos de su padre del hundimiento del Banco de Valencia, Bancaja, la CAM, además de un par de matrimonios de centroeuropeos afincados en Marina d’Or. 

Todo embargado, todo precintado. A Moha sólo le quedó un hotel costero de 15 habitaciones y un restaurante en la planta baja del mismo con otras tantas mesas, donde yo tuve el placer de conocerlo. Moralinas aparte, Moha era feliz y había logrado cierta paz, tanta que me sorprendió ver que en el ticket de los dos quintos, anunciaba su negocio como Hotel-Restaurant-Cybercafé. 

-¿Dónde tienes el ordenador? Es que quiero mirar el mail del trabajo.- Pregunté confiado. 

- Pásate a este lado de la barra. Es este mismo que usamos nosotros para hacer la cuenta. Abre el Chrome, que la última versión de Firefox va regular.-

Este era el teclado, austeridad alemana gracias a una chapuza española de ascendencia bereber. Mohamed le había cogido el aire a la crisis. 



2 comentarios:

Anónimo dijo...

La bereberbuja inmobiliaria.

Anónimo dijo...

Este episodio de los Barrachinas también es real como la vida misma, muy bueno