viernes, 26 de junio de 2009

Mi relación con la chica de las resonancias magnéticas.

-Hola, buenas tardes, venía a recoger unas pruebas.- Dije de forma apresurada y medio jadeando. Eran las 19:56 y a las 20:00 cerraban la ventanilla. Ya habían pasado varios días desde que mi padre me hizo el encargo y las cosas se podrían empezar a poner feas.

-Buenas, ¿a nombre de quien?.- Respondió la chica que estaba detrás del mostrador casi sin mirarme. Era una chica joven, rubia de peluquería y con una cara bastante resultona sin llegar a ser guapa. De cualquier modo, el mostrador siempre es un obstáculo indeseable a la hora de describir a una mujer.

- Juan, Juan López. Pero no son para mí, traigo aquí la autorización. ¿Necesitas mi DNI?.- Pensé que estaba empezando a liar las cosas, igual la chica se hacía un lío al ver que mi nombre y el del paciente eran iguales sin tratarse de la misma persona.

-Si, si, déjame tu DNI por favor.- Con esto me quedé algo más tranquilo, pues vería que el segundo apellido era distinto y fin del problema. Parecía cansada, no debe dar gusto que alguien se presente y te haga trabajar cuando apenas quedan tres minutos para terminar la jornada laboral.

-Aquí lo tienes.- Me apresuré a decir. Como siempre me ocurre, empecé a rebuscar en la cartera y tardé en entregárselo diez ó quince segundos. Tras un silencio incómodo, empezó a examinar mi DNI comprobando que se trataba del mismo que anunciaba la autorización. Tras confirmar que sí, que era yo, se levantó y abrió varios cajones hasta dar con la resonancia.

-Pues ya está, fírmame esto y listo.- Noté cierto descanso en su voz al ver que se acercaba el momento de perderme de vista e irse a su casa. En ese rato también me di cuenta de que el mostrador no le hacía ninguna justicia. Y tal y como está la sociedad, me atrevería a decir que actuaba como un gran freno en lo que podría ser una meteórica carrera profesional dentro de ese centro médico.

-Muchas gracias, muy amable.- En ese momento eché mi firma en el resguardo del volante y comencé el gesto de darme la vuelta e irme.

-¡No, no! Espera, una cosa más. ¿Relación con el paciente?.- Sabía que lo de dos ‘Juan López’ me traería problemas, aunque puede que se tratara de una formalidad que había pasado por alto.

-Ummm… pues buena, bastante buena, precisamente hace un rato he hablado con él y dice que como ha comido por ahí que va a cenar un tomate partido con un poquito de sal y aceite.- Me dí cuenta del equívoco justo cuando terminé de hablar, tarde para arreglarlo. Lo único que quería era irme y salir de una situación tan embarazosa.

- No. Me refiero a si sois familiares, amigos, que qué relación tenéis.- Su rostro cambió, esbozó una leve sonrisa y comenzó a parecer más guapa que resultona.

-¡Ahh!. Padre, padre. O sea, que el paciente es mi padre, no es que yo sea el suyo. No se si me estoy explicando.- Ya no sabía donde mirar, ahora que parecía guapa la chica, yo empezaba a parecer idiota.

- Vale, perfecto, ya está todo arreglado.- Volvió a decir medio riéndose. Que chaval más raro pensaría.

Cabizbajo creí haber recogido todos los documentos y me marché de forma casi maleducada. Ya por la calle, me di cuenta de que me había dejado el mp3 encima del mostrador. Vaya cabeza que tengo, pensé. Entré sigiloso por el los laberínticos pasillos del sanatorio. La mayoría de la gente se había esfumas, eran las 20:15, confiaba en que allí hubiera alguien preparado para devolverme mis 30 gigas de música gratuita.

Llegué al último pasillo y giré a la izquierda un poco despistado, de repente me topé de bruces con el mostrador. Allí yacía mi Ipod.

- ¡Chaval! Que te olvidabas el cacharro ese.- Me dijo una voz que venía desde la izquierda. Me di la vuelta y allí estaba la chica resultona entregada a los brazos de un cuarentón de bata blanca.

Antes de llamar a mi padre para decirle que tenía su salud en mi poder, me vino a la cabeza, ‘el mostrador siempre ha sido y será una barrera para el cliente, igual no tanto para los compañeros de trabajo”.

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